El sofá Chesterfield, más conocido como "Chester" es uno de los más conocidos de la historia del interiorismo, un clásico que se fabrica desde hace más de 200 años ¡qué barbaridad!. Según cuenta la leyenda debe su nombre al Conde de Chesterfield, Philip Dormer Stanhope, quién encargó a un ebanista y tapicero la realización de un sillón "duro y robusto", con los brazos y el respaldo a una misma altura para obligar a sentarse con la espalda recta. Esta obsesión por la postura era debida a que el mismo Conde se había percatado de que los sillones habituales no permitían a su personal de servicio mantener una postura erguida y correcta, lo que consideraba que deslucía la vestimenta de su mayordomo.

Tradicionalmente era de piel, pero según ha ido avanzando la historia del diseño interior, se ha adaptado a los nuevos estilos, reinterpretándose con nuevos materiales, colores y texturas, e incluso, modificando pequeños detalles pero siempre conservando su esencia original.

A mi personalmente me encanta pero no lo incluiría como sofá principal en ningún proyecto. Si va a ser para uso de sala de espera o para complemento de otro sofá sí, en caso contrario, ni se me pasaría por la cabeza. Por experiencia sé que no es un sofá lo suficientemente cómodo como para estar sentado, y mucho menos tumbado, durante mucho tiempo. Muchas veces un diseño espectacular gana a la comodidad, como en este caso.

Lo que sí tendría claro es el material: sin duda terciopelo y si puede ser en gama neutra, mejor. Un sofá gris o topo te garantiza, además de limpieza, atemporalidad. Si por alguna razón decidiera arriesgar en la cromática, elegiría el color berenjena. Hace un par de años tuve la oportunidad de ver uno de este color en una feria y aluciné con lo espectacular que era, me enamoré.

Para los que no sepáis de qué modelo estoy  hablando, os dejo unas fotos para que lo conozcáis y os inspiréis. Una semana más, gracias por estar al otro lado.

¡Feliz viernes y fin de semana!